Tesis: El aborto como fenómeno condicionado por la tecnogénesis cultural
1. Introducción: El aborto no es nuevo; lo nuevo es su visibilidad y regulación
Históricamente, las sociedades han lidiado con formas directas e indirectas de aborto, infanticidio o abandono infantil. La diferencia contemporánea no radica en el fenómeno en sí, sino en el grado de tecnificación, visibilización y moralización que lo rodea. El acceso a tecnologías médicas y de imagen (ecografía, resonancia, análisis genéticos) ha desplazado el umbral de percepción de la "persona" desde el nacimiento hacia etapas cada vez más tempranas del desarrollo fetal.
2. El marco tecnocultural: La tecnología crea nuevas categorías éticas
Lo que hoy se concibe como “vida humana individual reconocible” está mediado por tecnologías de visualización y diagnóstico. Un embrión o feto sin estas herramientas era invisible, anónimo y, en muchas culturas, socialmente irrelevante hasta el nacimiento o incluso más allá (por ejemplo, no se les asignaba nombre hasta que superaran cierta edad, debido a la alta mortalidad infantil).
Con la irrupción de tecnologías biomédicas:
• Se asigna un sexo antes del nacimiento.
• Se otorgan nombres prenatales.
• Se crean lazos afectivos anticipados.
• Se proyectan derechos a entidades antes consideradas pre-humanas.
Todo esto configura una tecnogénesis moral, es decir, la aparición de nuevas preocupaciones éticas condicionadas por herramientas técnicas.
3. El aborto como fenómeno de tecnificación inversa
En paralelo, el aborto también se tecnifica:
• Se vuelve seguro, ambulatorio y farmacológico.
• Se puede decidir más tempranamente y con mayor precisión.
• Se separa de condiciones socioeconómicas desesperadas y se traslada al campo de la autodeterminación.
Así, el mismo dispositivo técnico que hace visible la vida en gestación permite también su interrupción controlada.
4. La paradoja tecnomoral
Rechazar el aborto desde una perspectiva moral estricta, en realidad, presupone un entorno tecnificado que hace posible el cuidado prenatal, la supervivencia infantil, y la asignación temprana de identidad. En un mundo pretecnológico, donde los recién nacidos morían masivamente y el cuerpo femenino no podía ser monitoreado internamente, el aborto era una práctica común (aunque menos registrada) y raramente problematizada como crimen.
Es decir, la moral contra el aborto surge no pese a la tecnología, sino por ella. La misma cultura que lo condena es la que, mediante sus avances, lo hace visible, prevenible y tratable como fenómeno.
5. Conclusión: El aborto como síntoma de una civilización tecnodirigida
El aborto es un espejo que refleja los límites y contradicciones de una civilización donde la biología ya no es destino, sino posibilidad técnica. Lo que entendemos como “vida humana”, “individuo” o “derecho a nacer” son conceptos culturalmente modulados por el aparato tecnológico que nos permite ver, intervenir y decidir en estadios cada vez más precoces.
Desde esta perspectiva, el debate sobre el aborto no es moral, sino técnico, y la moralidad que lo enmarca es el subproducto de una tecnocracia que redefine constantemente lo que consideramos humano.
“Lo que no se ve no duele: aborto y la invención de lo pre-humano”
Hubo un tiempo —no tan lejano— en que los cuerpos no hablaban desde adentro. Las entrañas femeninas eran tierra ciega, y la vida que germinaba allí era rumor más que certeza. No se sabía si era varón, si respiraba, si existiría. Solo se esperaba. Se paría. Y si moría, moría. Lo humano comenzaba con el llanto: no antes.
Pero el siglo giró, y con él llegaron las máquinas. Máquinas que miran a través de la piel. Máquinas que escuchan corazones minúsculos. Máquinas que detectan la carga genética de lo invisible. Y entonces, lo que no se veía empezó a existir.
Nombramos a los no nacidos. Les hablamos. Les proyectamos futuros. Creamos derechos antes del aire. Así, inventamos la infancia antes del nacimiento. Un milagro técnico, sí, pero también una invención simbólica: ser humano, hoy, es estar dentro de la máquina que te ve.
Sin embargo, en esa misma revolución silenciosa se gestó una grieta. Porque si la tecnología puede nombrar, también puede interrumpir. Si puede sostener la vida antes de tiempo, también puede detenerla con precisión quirúrgica. El aborto dejó de ser susurro rural para convertirse en decisión consciente, delimitada por semanas, estadísticas y consentimiento. La madre dejó de ser víctima para ser agente.
Y entonces vino la moral. Llegó tarde, como siempre. Se horrorizó. Gritó “asesinato” en nombre de lo que antes ni siquiera se llamaba persona. Pero su grito no venía de Dios ni de la tierra: venía del hospital, del monitor fetal, de la ultrasonografía en 4D. Sin esas visiones, no habría horror. Porque el dolor solo existe cuando hay imagen que lo soporte.
El rechazo al aborto no es un retorno al pasado, sino una anomalía del presente. Es moralidad teledirigida por instrumentos. Es ética condicionada por avances técnicos. Antes del aborto legal, no había ilegalidad: había invisibilidad.
Así como antes se dejaba morir a los niños sin nombre, ahora se lucha por fetos con nombre, foto y playlist prenatal. Pero esa lucha no es natural: es cultural. Y, sobre todo, es tecnológica. Sin la máquina, no hay rostro. Sin el rostro, no hay crimen.
¿Es entonces el aborto un retroceso? ¿O es, más bien, la señal de que hemos atravesado el umbral de lo biológico hacia una moralidad tecnificada? No se trata ya de vida o muerte, sino de lo que podemos o no tolerar ver. La humanidad se ha vuelto pantalla. Y lo humano, una resolución de alta definición.
Quizás algún día, en un futuro aún más avanzado, los humanos nazcan sin cuerpos, sin úteros, sin sangre. Y entonces discutiremos otros abortos, otras muertes previas a la existencia. Porque lo que se discute hoy no es la vida: es el control sobre cuándo empieza a contarse.
El aborto no es una aberración: es el espejo negro de nuestra época. Nos muestra, con brutal honestidad, que la ética no nace del alma, sino del instrumental que la sostiene.
